Empiezo sin saber qué decir.
Nunca sé qué decir.
No tengo palabras, nunca las he tenido conmigo.
Y sin embargo sé que debo seguir. Aún sin ellas, aún sin palabras, sin ideas claras, sin certezas de ningún tipo.
Debo seguir.
No tengo nada y por eso es un buen momento para empezar.
Empiezo.
Nada.
Sigo.
Siento esta cosa extraña en el pecho, en la cabeza, en el aire.
Me inquieta.
Me quema.
No sé decir qué es.
PERO ME URGE.
Me quema el cuerpo, la lengua, las manos, los ojos, me quema todo lo que dice, todo lo que habla en mí se quema incontrolablemente.
La incapacidad de decir se ha apoderado de mí, del mundo, del aire.
Ya no es posible expresar algo y mucho menos transmitirlo. Ahora todo está cubierto de nieve blanca y silencio, frío y una luz fuerte que no deja que mis gestos se entiendan.
Digo nada.
Digo nada todo el tiempo.
Y no me detengo.
Sigo.
En blanco.
Sigo.